jueves, 20 de agosto de 2015

Amigos de la mili, quinta de 1930



La vieja caja de zapatos en la que se guardan las fotografías de la familia sigue dando sorpresas cada vez que se repasa su contenido.

En esta ocasión se trata de una no menos vieja fotografía sin fecha, realizada en el estudio del fotógrafo "E. Costa" de San Sebastián, en la que aparecen seis “amigos de la mili”. Mi abuelo Narciso entre ellos.

Puesto que mi abuelo nació en 1910, y suponiendo que la fotografía se realizara en fecha cercana al licenciamiento, podría datarse la fotografía en enero o febrero de 1933.



En el año 1930 se había reducido la duración del servicio militar activo de dos años a un año, por lo que supongo que a la quinta de mi abuelo le afectaría dicha reducción, incorporándose a filas a finales de 1931 o principios de 1932 y licenciándose un año más tarde.

Ya no existe ningún estudio de fotografía denominado “E. Costa” en la Plaza de la Constitución donostiarra. Tampoco he podido encontrar datos relativos a su historia y circunstancias.

Muy probablemente, los seis “mozos” de la foto pasaron un año completo de sus vidas, el de 1932, en el acuartelamiento de Loyola, ubicado en la margen derecha del Urumea. Estos cuarteles, inagurados en 1926, sustituyeron a los que se encontraban -desde los tiempos de la desamortización de Mendizábal- en pleno casco viejo de la ciudad, en el Convento de San Telmo.

En aquellos tiempos el servicio militar suponía una etapa de transición a la edad adulta masculina. La mili era una especie de periodo de iniciación. Tampoco hay que desdeñar el cierto carácter socializador o re-socializador que ejercía el servicio militar en aquellos años.

Para muchos jóvenes, la mili suponía la primera vez que salían del pueblo y su entorno inmediato, más allá de la capital provincial; en la mili conocían a otros jóvenes, tanto de su misma condición social o cultural como de otras muy distintas. Conocían a personas de otras tierras, con otras lenguas y costumbres. 

En los años treinta del siglo pasado, para un joven de la Vieja Castilla, un destino como San Sebastián -puerto de mar, cercano a la frontera francesa- supuso sin duda una experiencia que marcaría su vida.
 
En muchos casos, la mili era un requisito previo para que el mozo pudiera casarse y formar una familia; mi abuelo, por ejemplo, se casó al mes siguiente de licenciarse.

Dicen que los amigos de la mili son para siempre. Dicen que los compañeros de quinta son una especie de referente generacional. Digo dicen porque yo no puedo hablar por experiencia propia: no hice la mili.




BREVE HISTORIA DEL SERVICIO MILITAR EN ESPAÑA

Hasta el siglo XVIII, el sistema de reclutamiento en España se realizaba a través de enganches pagados y levas de vagos, de mendigos y marginados en general. En 1704, Felipe V y la dinastía borbónica, copiando el modelo francés, introdujeron un sistema de reclutamiento basado en las “quintas”, así llamado porque escogía mediante sorteo a una quinta parte de los mozos en edad militar.
Desde entonces, aunque el sistema y los porcentajes de reclutamiento han variado mucho, el nombre de “quintas” ha permanecido arraigado en la sociedad hasta la desaparición del servicio militar obligatorio en las postrimerías del siglo XX.
Fueron las Cortes de Cádiz en 1812 las que establecieron el principio de obligatoriedad del servicio militar para todos los varones españoles sin discriminaciones, aunque en la práctica existía un sistema de redenciones y sustituciones para las clases más favorecidas.
Este fue siempre el elemento central de la polémica respecto al servicio militar: los mecanismos promovidos por la ley para eludirlo (redenciones en metálico y sustituciones). Este hecho motivó una elevada conflictividad en la sociedad española de finales del siglo XIX y principios del XX. El pensamiento general era que a los ricos se les eximía del servicio militar como en otros tiempos se les eximía a los nobles de tributar.
Esta manifiesta desigualdad tuvo su punto álgido en la Semana Trágica de Barcelona el 26 de Julio de 1909. Con el alto nivel de mortandad en la guerra de Africa como telón de fondo, las familias se sublevaron y trataron de impedir el embarque de sus hijos movilizados.
En 1873, la Primera República abolió la obligatoriedad del servicio militar, disponiendo que el ejército se compusiera de soldados voluntarios de 19 a 40 años, retribuidos con una peseta diaria.
Poco después, la Restauración volvió a instaurar la obligatoriedad. La Constitución de 1876, reinando Alfonso XII, establece en 4 años el servicio activo y otros 4 en la reserva. También crea las exenciones de cuotas y los sustitutos, lo que permitía de nuevo a las clases adineradas librarse del servicio militar.
El Gobierno liberal de Canalejas (1910-1912) eliminó las figuras de sustitución y la redención en metálico, buscando un servicio militar más igualitario; aun así, las clases dominantes consiguieron que se mantuviera la posibilidad de “dulcificar” el paso de sus vástagos por el ejército mediante el pago de unas cuotas militares, cuyo pago permitía elegir destino y la reducción del tiempo en filas 10 meses (1000 pesetas) o 5 meses (2000 pesetas). Eran los denominados “soldados de cuota”.
En cuanto a la duración del servicio militar, la tendencia general durante las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX fue al descenso del período activo y un incremento del período de reserva.  
Entre 1856 y 1882 la duración del servicio militar “activo” (años de reserva aparte) fue de cuatro años. Posteriormente, dicho servicio activo se redujo a tres años, hasta que en 1912 se volvió a ampliar hasta ocho años; leyes sucesivas redujeron sensiblemente este periodo: dos años en 1924 y un año en 1930, cifra que mantuvo el gobierno de la República.
Esta tendencia a la reducción varió considerablemente en la legislación franquista de posguerra. Después de la Guerra Civil, la Ley de 1940 aumentó la duración del servicio activo hasta los dos años. Superada la posguerra, se redujo el servicio activo a un año.
Fue precisamente la citada Ley de 1940 la que eliminó realmente las diferencias de clases y las cuotas, estableciendo un servicio militar sin distinción en la que los mozos de 19 años quedaban afiliados en su ayuntamiento y al año siguiente pasaban a la Caja de Reclutas de su provincia para ser sorteados.
Se permitía quedar exento a quien demostrara ser el sustento de su familia (hijos de viuda, padres de familia); a los estudiantes se les permitía solicitar prórrogas hasta los 27 años. Quienes tuvieran 3 años de carrera o finalizada podían realizar previa superación de un curso de formación su servicio militar repartido en dos años como alférez o sargento de la escala de Complemento: IMEC o Milicias Universitarias.
En 1968 se estableció el servicio activo en 16 meses para los soldados obligatorios y en 20 meses para los voluntarios; a éstos se les permitía escoger destino y adelantarla a los 18 años. En ambos casos una vez licenciado se pasaba a la reserva hasta cumplir los 49 años
En los años 70 se dieron en España los primeros casos de objeción de conciencia, especialmente por parte de Testigos de Jehová, que acabaron en procesamientos con pena de cárcel.
En 1984 se estableció el Servicio Civil Sustitutorio que doblaba en el tiempo al realizado en el Ejército, establecido entonces en 1 año y el pase a la reserva hasta cumplir los 34 años.
En 1991 se estableció el periodo activo en 9 meses y el pase a la reserva hasta cumplir los 30 años.
Durante los años 90, cierta permisividad legal facilitó el incremento en el número de objetores de conciencia, hasta alcanzar los 144.823 en el año 1998, superando entonces al número de de reclutas.
En 1999, el gobierno de Aznar decretó la suspensión tanto del Servicio Militar Obligatorio como de la Prestación Social Sustitutoria.
En España existen hoy unas fuerzas armadas profesionalizadas, formadas por unas 132.000 personas.

FUENTE:

“Quintas y servicio militar: aspectos sociológicos y antropológicos de la conscripción” de J. Fidel Molina Luque, Servei de Publicacions, Universitat de Lleida 1998

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