domingo, 24 de enero de 2016

Huérmeces en Kodachrome



“Kodachrome, they give us those nice bright colors,
they give us the greens of summers,
makes you think all the world’s a sunny day, oh yeah.”

Paul Simon



Esta es la pequeña historia de una fotografía. De la que encabeza este blog desde su inicio. Se realizó a finales de mayo de 1990, hace ya más de 25 años. De paso, esta pretende ser también una pequeña reseña de un tiempo ya casi desaparecido: el mundo de la fotografía analógica en general, y del carrete de diapositivas en particular. 

Esta foto de Huérmeces consiste en una diapositiva de película Kodachrome 64, uno de los carretes a color más utilizados por aficionados a la fotografía de todo el mundo. 

Está tomada desde El Colmenar, allí dónde se localiza la caseta de captación de agua para la fuente principal del pueblo. Un domingo por la mañana de un espléndido día primaveral.

La primavera en esta parte de Castilla llega relativamente tarde, a mediados de mayo. Y no dura mucho, mes y medio a lo sumo. A últimos de mayo, el paisaje por estos lares se muestra en todo su verdor; es especialmente intenso el verde de los trigos, sobre todo en años en los que la salida del invierno no resultó cicatera en lluvias. También domina el verde en las vegas, en las laderas del páramo y en el monte.







Conviene recordar que, en aquellos tiempos, desde que disparabas la fotografía hasta que tenías en tu poder las diapositivas reveladas y enmarcadas, podían pasar un mínimo de … ¡diez días!

En España, las películas Kodachrome se revelaban exclusivamente en el laboratorio que Kodak tenía en Colmenar Viejo (Madrid). Podías enviar el carrete por correo directamente al laboratorio o, mejor aún, dejarlo en la tienda en la que lo habías adquirido y esperar a que lo recogiera la amplia red de mensajeros de que disponía el mencionado “laboratorio único”.

Hay que reconocer que la larga espera tenía su aquel. Hasta que no acudías a la tienda a recoger la caja de diapositivas reveladas, no tenías ni idea de cual podría ser el resultado de las instantáneas realizadas días antes. Podías tener esperanzas en determinado disparo que hiciste en óptimas condiciones de luz; podías recordar que el visor de tu cámara réflex te ofrecía un encuadre que no tenía mal aspecto; podías intuir que la persona retratada presentaba una pose perfecta en el momento preciso ... Pero los diez días de espera no te los quitaba nadie. Y mientras tanto … quizás habías disparado la foto del siglo y tú sin enterarte.

¡Ah, que tiempos predigitales aquellos! Intenta explicarle esto a un chaval armado con su iphone de última generación. Cuéntale que nuestras cámaras réflex pesaban cerca de un kilo, otro tanto los dos o tres teleobjetivos básicos, más los filtros, el flash, las pilas de recambio y los muchos carretes de reserva; y todo ello sobre ese hombro encallecido al que se adaptaba ya sin problema la correa de la bolsa en la que apenas cabía todo el equipo…

E intenta traducirle a idioma digital aquella vieja expresión hoy en trance de desaparición: ¡se me ha acabado el carrete!  No, no es el equivalente al descafeinado "se me ha llenado la tarjeta" de nuestros días, ya que ahora siempre tienes la posibilidad de borrar sobre la marcha unas cuantas fotos malas y seguir disparando. Cuando un carrete se acababa, se acababa. 

Explícale también que, si eras especialmente habilidoso al cargar el carrete en la cámara, podías llegar a conseguir hasta 39 fotos por cada rollo de 36 exposiciones. Pero ni una más. Y que cada rollo valía una pasta, ya que al adquirir un carrete Kodachrome pagabas el revelado por adelantado.

Acostumbrado a la inmediatez absoluta del tiempo actual, nuestro preadolescente te observará con ojos desorbitados, lengua desencajada y expresión general atónita, circunstancia que aprovechará para hacerse un selfie, que en breves segundos estará colgado en su facebook y será rápidamente observado y comentado por su amplio círculo de amistades.

Todo este alarde nostálgico es comprensible para los que ya tenemos cierta edad, pero hay que rendirse a la evidencia: la fotografía digital es mucho más práctica y cómoda, habiendo quedado reducida la analógica a un uso puntual y casi artesano. Por otra parte, no cabe sino reconocer que sin el advenimiento de la era digital, este humilde blog no habría existido nunca.
 


Kodachrome es el nombre comercial de un tipo de película para diapositivas en color fabricadas por Kodak entre los años 1935 y 2009. En los años cuarenta, el fabricante bromeaba afirmando que era una película tan extraordinaria que sólo podría haber sido creada por el hombre y por Dios (Man and God), haciendo alusión a las primeras letras del apellido de sus dos creadores: Mannes y Godowsky, dos reputados músicos (¡!) profesionales

Se convirtió rápidamente y durante muchos años en la película favorita para la fotografía profesional en color, especialmente la destinada a las publicaciones impresas. El revelado era de una complejidad extrema, pura alquimia, con más de una docena de baños químicos diferentes, lo que la situaba fuera del alcance de fotógrafos aficionados o laboratorios convencionales. Casi todos los países occidentales (excepto Grecia, Portugal e Irlanda) disponían de al menos una planta de revelado Kodachrome. En España, el único laboratorio que la revelaba se encontraba en Colmenar Viejo (Madrid). Para simplificar el proceso, al adquirir un carrete Kodachrome, pagabas también el precio del revelado. 

El declive definitivo de Kodachrome vino ocasionado tanto por la irrupción de competidores (Fuji y su película Velvia, de mayor calidad y sencillo revelado al alcance de cualquiera) como por el advenimiento de la era digital; uno a uno fueron cerrando todos los laboratorios Kodachrome, hasta el punto de que en Europa únicamente quedó el de Lausane (Suiza), cerrado en 2006. En los cuatro últimos años, únicamente el laboratorio norteamericano Dwayne´s (Parsons, Kansas) continuó revelando la película hasta que expiró la caducidad del último carrete fabricado, el 30 de diciembre de 2010. 

El largo período de setenta y cinco años suministrando una maravillosa gama de colores había llegado a su fin. Era el adiós a un mito, el adiós a una parte importante de la era foto-química.

Una de las fotografías a color más conocidas de la historia, la de la niña afgana Sharbat Gula (1984), fue realizada con película Kodachrome. El autor, Steve McCurry, utilizó unos 20.000 carretes Kodachrome a lo largo de su carrera, lo que supone haber disparado, revelado, enmarcado, catalogado y archivado un total de 800.000 diapositivas. El fue también el encargado de disparar el último rollo fabricado de esta película, en julio de 2009.



Para ver alguna de las fotografías del último carrete Kodachrome:



No todas las películas fotográficas pueden presumir de haber dado nombre a todo un parque natural. Sucedió –cómo no- en Estados Unidos cuando, en 1962, se asignó oficialmente la denominación Kodachrome Basin State Park a un espacio natural de gran valor paisajístico situado al sur del estado de Utah.

El mundo de la música, haciendo honor a la profesión de los dos creadores de la película, tampoco se mantuvo insensible a las maravillas del carrete de diapositivas más famoso de todos los tiempos. Así, Paul Simon tituló Kodachrome a una de sus canciones, editada como cara A del single perteneciente a su tercer album de estudio, There Goes Rhymin´Simon (1973). Kodak estuvo al quite, y en lugar de demandar al autor por uso indebido de su marca, utilizó la canción en alguna de sus campañas publicitarias.



Si deseas escuchar esta canción (letra incluída):




!Quién sabe! Si el disco de vinilo ha sobrevivido a la era digital, quizás también el carrete de diapositivas Kodachrome vuelva algún día; y entonces, puede que alguno de sus antiguos usuarios, inmerso ya de lleno en el mundo digital, exclame !qué pereza!

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